HILARIÓN BRUGAROLAS (1901-1996)
Vida y obra

Violeta Izquierdo
Universidad Complutense de Madrid

Barcelone – El puerto

Barcelone – Las Ramblas

Les Cabannes – Ariège

El exilio a Francia (1939-1955)
En febrero de 1939 al finalizar la guerra, la unidad a la que Hilarión pertenecía se replegó a Francia, donde los heridos recibieron sus primeros cuidados en La Tour de Carol, después su batallón fue internado en el campo de concentración de Septfonds, cerca de Montauban, al sur del país. Allí sus condiciones de vida lejos de mejorar, se agravaron ante el peligro inminente de la Segunda Guerra Mundial.

Durante la ocupación de Francia por las tropas alemanas, Brugarolas fue resistente bajo las órdenes del coronel Maury en los maquis de Picaussel. Arrestado por la policía alemana por guerrillero español, fue deportado como mano de obra en los llamados Grupos de Trabajadores Extranjeros, sufriendo también allí internamiento en campos de concentración, de donde se evadirá de una manera excepcional junto a un amigo. Después de varias peripecias volvió a Francia.

Acabada la Segunda Guerra Mundial se instaló en Tarascon-sur-Ariége donde consiguió trabajo como pintor en una fábrica, trasladándose después a Aston-sur-Ariége donde trabajó de cocinero en la central eléctrica. Residiendo en Les Cabannes en 1947, y tras no pocos trámites burocráticos consiguió arreglar los papeles para que su esposa e hija, que aún se encontraban en España, pudieran reunirse con él en Francia. Después de nueve años de separación, nacerá su segundo hijo, Elíseo.

Toulouse (1955)
Tras dieciséis años en el exilio, el matrimonio Brugarolas tomó la decisión de cambiar su lugar de residencia, tentados por las mejores expectativas que por entonces ofrecía la ciudad de Toulouse, capital del Alto Garona. Encontró rápidamente trabajo en la fabrica Fournier como recuperador de neumáticos, este trabajo supuso una estabilidad económica que propició el que a partir de este momento, y cuando su ocupación se lo permitía, se integrase en asociaciones de pintores amateurs que realizaban periódicas y puntuales exposiciones por toda la región del Mediodía francés. Los Occitanos y los Meridionales primero, después en la de los Independientes, donde fue adquiriendo con los años el reconocimiento de maestro.

Paralelamente a esta creciente actividad pictórica, su casa se convirtió en un taller-escuela improvisado donde acudían alumnos a formarse y recibir enseñanzas de este ya veterano y experimentado pintor. Uno de sus principales discípulos, Rodolfo Fauria-Gort, exiliado también de la guerra de España, siguió sus enseñanzas durante años hasta que decidió tomar su propio camino. Junto a Fauria-Gort y Max Wallet, formarán durante un tiempo el grupo llamado ORIÓN, bajo el que realizaron numerosas exposiciones  por la región.

En 1961 que expuso por primera vez individualmente, hasta entonces no había presentado al público una exposición personal, lo había hecho a menudo en grupo, pero las telas siempre fueron poco numerosas y no daban más que una percepción parcial de las múltiples facetas de su talento. Fue en la exposición celebrada en 1974 en la Galería L´Atelier de Toulouse, donde se presentó por primera vez una amplia muestra de óleos y gouaches. En el conjunto, particularmente ecléctico, las marinas, los paisajes, las calles, los toros, las flores, los bodegones, reflejaron a un artista presente en los distintos géneros, evidenciando una búsqueda constante y una preocupación por la técnica.

Durante los años setenta y ochenta Brugarolas intensificara su producción y el número de exposiciones, tal es así que participó incesantemente en numerosos salones de grupo regionales y nacionales, incrementando igualmente el número de exposiciones individuales. En este momento cosecha un buen número de distinciones y honores por el conjunto de su obra. Los diplomas y los premios jalonan su carrera artística y el reconocimiento a su labor se hizo público en diferentes homenajes celebrados por toda la región del Midi-Pyrénées francés.

OBRA PICTÓRICA

Hilarión BRUGAROLAS fue un pintor que se reconoce al primer vistazo, por la manera de distribuir y de posar la pasta, por la manera de saturar la superficie. Su técnica de trabajo a cuchillo, que ejecutó con maestría y seguridad, confirió al conjunto de su obra personalidad y estilo propio. Cualquiera de los temas que escogía realizados con esta técnica, parece a priori construidos con cierta fluidez, una ejecución en apariencia espontánea, a veces atropellada, mediante el despliegue de pinceladas dispares, menudas o largas, finas o gruesas, pero escondían tras ellas una sabiduría adquirida durante años y una factura pensada y precisa.

Al dominio de la técnica en sus pinturas, se le unió el instinto del color y la luz. Amén de una materialidad espesa, rotunda, que por sí misma trata con la luz resaltando el color y sus sombras; se le vio enamorado de los colores vivos y de las claridades en el cielo. Se guardó de los excesos y jugó con las sombras y reflejos de una luz intensa que desprendía una variada gama de matices, concediendo un ritmo vivo a sus composiciones, además de hacer un uso contrastado del color, empleándolo en tonos separados, por bloques, y fundiéndolo sólo en zonas, consiguiendo un control eficaz sobre las calidades. Mostró su talento para transformar en sensaciones cromáticas tanto un bello paisaje, como el más leve matiz de veladura dispuesto en un jarrón de flores.

La pintura de este artista se nos muestra indiferente a las modas, a las corrientes y a las escuelas que surgieron a lo largo de su dilatada vida, no por un desconocimiento de las mismas, sino por la propia personalidad del hombre, que se funde con la de su pasión hacia la pintura y que le lleva a desplegar su creatividad al margen de los movimientos artísticos surgidos en el siglo XX. Pintor sentimental en ocasiones, en muchas de sus obras se inclinó por el impresionismo y la vaporización de las formas. La grandeza de esta pintura está, en la preponderancia del color sobre el dibujo, constituyéndose en valor plástico y expresivo independiente. Su lenguaje realista, de tendencia impresionista, se muestra refrescado por una dicción suelta, por una paleta vivaz, aunque amortiguada, que supo interiorizar la esencia de la realidad, olvidando los detalles preciosistas.

Brugarolas fue desgranando las posibilidades implícitas de las más variadas temáticas. Otorgó un toque propio a temas tan diferentes como sus paisajes, desnudos femeninos, bodegones o floreros. No presentó una línea evolutiva clara, marcada por etapas muy definidas, sino que puso de manifiesto un ir y venir de lo académico a lo experimental, estrechamente relacionado con los temas y lugares que describió. Sin embargo, temperamento y materia pictórica siempre van unidos y le sirvieron para enardecer las formas, los colores de todo aquello que pueda infundir carga emocional a sus obras. Los temas a los que recurrió están inscritos en los géneros académicos, que testimonian la constante de su amor por la pintura clásica, aunque su técnica resuelta en la abundancia de la materia, que dota a estos cuadros de enorme sensualidad; y el tratamiento de los mismos, les confiere de un carácter de frescura y modernidad.

Los Paisajes on las representaciones pictóricas emblemáticas del conjunto de la obra de Brugarolas, donde no trató de llevar a la tela una realidad mimetizada, sino que se enfrentó al paisaje para redescubrirlo, rehacerlo en pinceladas que tenían poco que ver con el naturalismo y mucho con el impresionismo y con la capacidad de sentir, de ahondar en su última significación, jugando con amplias perspectivas, y jugando en ocasiones con una resolución a la que no fue ajena el hálito poético. Su visión y sentimiento del mismo, reflejan la claridad de la mirada y la efusión tranquila de alguien que se dejó llevar por una reflexión interna, más que por el afán de una reproducción. En estos paisajes renunció a conceptos naturalistas y buscó  el gozoso recreo espiritual, defendió que el pintor no debe copiar la naturaleza sino comprenderla y recrearla en cada cuadro, al dictado del sentimiento y sobre el dominio de la técnica. La sabiduría de elegir adecuadamente el tema, el encuadre, el punto de mira, se unificó con otros elementos como la luz, la perspectiva, el color y los volúmenes. La opulencia de los empastes, la elaboración interna del colorido se vieron acompañados en ocasiones por una exaltación de la luz solar que hizo fluctuar el color y las formas.

Brugarolas se sintió fascinado por la pintura al aire libre, trasladándose con sus bártulos al borde del mar o al pie de la montaña buscando lugares pintorescos. De esta manera aparece en sus trabajos la preocupación por el espectáculo de la naturaleza. El paisaje se vuelve así en objeto y tema de la pintura, en materia propia. Estos paisajes poseen un grado de interpretación de lo real que pasa por el filtro de una mirada entrañable y afectiva, atenta siempre a reflejar al mismo tiempo la grandiosidad y el silencio de la naturaleza y la humanidad igualmente callada de sus pobladores. Su visión será solar y como asombrada ante el espectáculo de la vida, siempre apuntando un grado de comprensión, ternura y hasta complicidad humana con sus personajes. En este compromiso ocupa su lugar una cierta cualidad de ensoñación mágica, así como una suerte de tenue y callado lirismo que apenas si reclama presencia alguna.

Aunque también hay paisajes áridos bajo un cielo tormentoso, creando una atmósfera fantasiosa, de una potencia expresiva radicalmente opuesta a las plácidas impresiones de aquellos paisajes tranquilos, románticos de tonos verdes y olivos desaliñados.

Enamorado del sol y el cielo azul del sur de Francia Brugarolas pasó largas temporadas en La Camargue francesa, que plasmó en un sinfín de telas: toros, caballos, gentes y paisajes de este bello rincón, fueron recogidos por sus pinceles y recreados en una sinfonía de luz y color de gran plasticidad que jamás se acerca al cromo folklórico. Los toros parecen brillar y salir de una especie de bruma en la pradera húmeda, con un aprovechamiento acusado de las reservas del blanco para conseguir esa sensación continua de limpieza, claridad y frescura. Olivos y almendros en flor y recortados viñedos, reflejan en su exuberancia, el efecto benigno del sol que brilla en la cuenca mediterránea.

Entre sus mejores representaciones paisajísticas están esas espléndidas marinas, temporales en el mar, el choque de las olas contra las rocas al levantarse el sol, destellos de la mar bajo los brillos del atardecer, volcado hacia un cierto naturalismo, con su acierto y capacidad para representar el movimiento compositivo y la combinación dramática del color (verdes oscuros, violetas y naranjas), así como los cambios de luz en las masas de agua. Playas y rocallas, arenas inacabables, forman parte del sencillo universo imaginativo y real de su autor, que acompaña a estas vistas en ocasiones de una barquichuela varada en cualquier playa, o una casita que se supone habitada de recuerdos. El mar fue un motivo iconográfico habitual  en su obra y sus diferentes estados y comportamientos fueron analizados por el pintor con un interés que fue más allá de la mera representación para aproximarse al sentimiento de una estrecha relación. Una filiación que asumió, a veces en la distancia, con plena conciencia de los momentos vividos.

La temática sobre Los campos de concentración no fue muy frecuente, pero cuando lo hizo fue una reflexión sobre la fragilidad del ser humano, sobre la trágica existencia del hombre deportado despojado de sus raíces y sus familias, donde la angustia, el miedo, el pesimismo y la melancolía, son los sentimientos predominantes. Las siluetas de los personajes que forman parte de la impresionante serie de obras recuerdo de su paso por los campos de concentración nazis nos miran con ojos congelados inmersos en esqueléticos cuerpos. Estos hombres y mujeres de ojos desorbitados están petrificados por un dramatismo penetrante. La luz viene del interior y aflora sobre los motivos, no hay brutalidad y una caricia de claridad ofrece su imponderable y misteriosa emotividad, sombras y reflejos de un pasado distante, pero no lejano a la memoria del artista. Nos echa a la cara, como un remordimiento de pasados olvidados, un revivir de trágicas emociones, entre un realismo patético y un expresionismo pictórico.

Tomar lo real de cerca para aproximarnos a la composición es lo que hizo el pintor en sus cuadros de Bodegones y flores.

Bodegones organizados compositivamente con el rigor cezanniano y la disposición cromática de los fauvistas, cargados de  manzanas, uvas, peras o granadas dispuestos en fruteros, y acompañados de botellas o vasos, tienen en ocasiones, un trasfondo de paños de tradición zurbarenesca. El impulso lírico de estas agrupaciones de frutas y objetos, solo aparentemente casuales, le lleva a desmenuzar los variados componentes de este mundo, como si en su enumeración residiera el secreto de su armonía.

Las flores pueden ser de dos tipos aquellas que adolecen, quizá de un excesivo naturalismo y las de proyección impresionista, que apuestan en su factura por el vigor, más que por el mero reflejo de la realidad, ricas en materia y en tonos constituyen una muestra de su veta colorista, evocando el estilo potente de Van Gogh. Ramos de lilas, mimosas, margaritas, lirios, alguna dalia, varas de tiernos colores, concretos en los pétalos y casi abstractos en la expansión que los alza a la luz, como pequeñas antorchas que inundan la atmósfera que los rodea de una viva claridad. Flores cortadas formando ramos ligeros que son, en su misma ordenación, obras de arte de la naturaleza doméstica, acompañadas de una vertiente lírica incontrovertible.

Nunca ajeno a otras sugerencias Brugarolas obtuvo referencias temáticas para sus telas, en diversidad de géneros y asuntos, que le sirvieron para investigar las diferentes formas interpretativas. Los desnudos femeninos de formas plenas, voluptuosas, afianzadas en un dibujo preciso, son un reducto carnal adornado de cierta picardía. Su abandono de colores un poco apagados, se realzan con un fondo de ciertos brillos. La belleza de estas representaciones radica en los escorzos que adopta la figura, no siempre de fácil traducción plástica. La tauromaquia fuente de inagotable riqueza simbólica, misterio y dramatismo, fue abordado por el pintor como otra manera de expresar sus inquietudes creativas. La gama cromática empleada en estas obras (rojos y negros) son los propios de esta iconografía. La corrida, la fiesta, la actitud del hombre y el toro en la arena, están marcados por el sentimiento y los tonos de la tragedia.


Al contemplar gran parte de la obra de este artista sólo hay que dejarse arrastrar por la sensación estética externa, sin pretensiones ajenas. No buscó, salvo en contadas excepciones, externalizar mensajes ideológicos, sino que se movía en el entorno de la intuición, en la sensación placentera de la contemplación, en el gusto por el color y las experiencias visuales. Hay que destacar entre las aptitudes, el noble empeño del artista por hacerlo bien, por alcanzar la perfección técnica que le permitiera idealizar la naturaleza de los seres y de las cosas que con tanta frecuencia incluía en sus obras. El resultado fue el logro incuestionable de una potente madurez creativa y una obra sólida y coherente durante su carrera artística.

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